miércoles, 22 de julio de 2015

Capítulo 14

Aquel día cuando Roberto salió del trabajo, se quedó bastante sorprendido al ver a su padre esperándolo. Desde la última vez que discutieran había pasado un tiempo y desde entonces ambos habían hecho su vida, Roberto su rutina diaria y su padre entrando y saliendo con Cristina, su jefa.


- Hola, - lo saludó serio, - ¿que haces aquí?

He venido a invitarte a comer. ¿Vamos?


Roberto se dejó llevar, pero interiormente iba pensando en que, si pretendía arreglarlo todo con una comida, lo llevaba claro.
Poco después llegaron al bistro.


Ambos pidieron la comida y se sentaron en una de las mesas.


- Podrías haber pedido comida de verdad, y no esa galleta, - le reprochó Roberto.
- Bah, no tengo mucha hambre.
- Ya se nota. Supongo que el amor quita las ganas de comer porque te has quedado mas delgado.


- Sobre eso quería hablarte, aprovechando que estamos aquí compartiendo esta comida. 


- Si, ya sabía yo que no me habías traído aquí por nada, pero paso.


- Roberto por favor, es muy importante que me atiendas, yo...


- Joder, ¿por qué no tiras la toalla y dejas ya el temita, eh? Tu estás con ella, ya lo se, lo tengo asumido, pero me niego rotundamente a hablar de ello.
- ¿Cuando aprenderás a oír a los demás Roberto? - le dijo tristemente su padre.


El se puso de pié.
- Cuando estos dejen de querer arreglar un tema que no tiene solución y que además aún duele. Gracias por la comida.


Roberto dio media vuelta y se fue.
- Desde la discusión no ha vuelto a llamarme papá, - pensó Eduardo para sí al quedarse solo en el bistro.


- Pasa Roberto, en seguida te atiendo, - dijo Cristina al verlo entrar a los pocos momentos de llamarlo por medio de la secretaria.


- Siéntate, - le dijo mirándolo, - tengo que hablar contigo. 


- Perdona pero prefiero quedarme de pié, si no te importa.


- Está bien, entonces yo me levantaré, - dijo ella yendo hacia el.


- Roberto, tengo que hablar contigo de...
- ¿Es sobre el trabajo? - la interrumpió el.
- No, es sobre tu padre.
- Ah, entonces paso.


- ¿Pero por qué te cierras en banda de esa forma? Tengo algo importante que decirte ¿sabes?


- Ni tu ni mi padre comprendéis que paso absolutamente de hablar del tema. Ya no hay nada más que añadir. El está haciendo su vida contigo y yo la mía, y se acabó.


Y sin mediar mas palabras dio media vuelta y salió del despacho.


Al día siguiente Roberto recibió una llamada al móvil.
- ¿Si? ¿Quien es?
- Buenos días, - lo saludó una voz masculina, - ¿Roberto Salas?
- Si, soy yo. ¿Quien es?
- Soy el doctor Heredia y trabajo en el hospital de Moonlight Falls. ¿Podría venir a mi consulta esta misma tarde? Hay algo que tengo que tratar con usted.


- Oh, por supuesto, - dijo sorprendido e intrigado.
- ¿Le viene bien a las seis?
- Si si, allí estaré.


Aquella tarde, Roberto se presentó en el hospital y lo pasaron a la consulta del doctor Heredia.
- Buenas tardes, - lo saludó, - soy Roberto Salas.


- Encantado, - sonrió el hombre, - tome asiento por favor.


- Seguramente se preguntará que para qué le he hecho venir hasta aquí, ¿verdad?


- Pues si, la verdad es que si.


- Para empezar le diré que soy oncólogo de este hospital, y he estado tratando últimamente a su padre porque... tiene cáncer.


Roberto abrió la boca lleno de asombro.
- ¿Como?


- Su padre tiene un tumor maligno y además está muy extendido. Operándolo no conseguiríamos limpiarlo totalmente, y la quimioterapia tampoco arreglaría mucho. Solo lo haríamos sufrir.


Roberto, reprimiendo las lágrimas, volvió la cabeza pensativo. Aquello era lo que Cristina y su mismo padre le habían querido contar. Maldita cabezonería suya...


- ¿No... no hay ninguna solución? - quiso saber.
- Me temo que no. Hay veces en que estos procesos cancerígenos son detectados a tiempo, son perfectamente operables y los pacientes se recuperan, pero en el caso de su padre, cuando lo vimos ya estaba muy expendido, y además afecta a órganos muy importantes como el pulmón izquierdo entre otros. No podemos hacer nada señor Salas, lo siento.


- Ya, - Roberto, profundamente triste se puso de pié.
- ¿Cuanto... le queda? - preguntó con un hilo de voz.
- No lo sabemos a ciencia cierta, pueden ser dos meses, seis, tal vez un año como mucho... pero no creo que llegue.
- Vale, muchísimas gracias doctor. Buenas tardes.
- Adiós.


Y dando media vuelta, salió de la consulta.


De camino a casa, Roberto se llamó imbécil, gilipollas y otras lindezas por el estilo un montón de veces. Mientras su padre estaba enfermo y quería comunicárselo, a el solo le preocupaba que estaba con Cristina y por consiguiente no quería oír a ninguno de los dos. Pero claro, el tampoco sabía lo de su padre, ni lo sospechaba siquiera.
Cuando entró en casa, lo vio frente al televisor y avanzó hacia el.


- Hola papá, - dijo conteniendo la emoción.
Eduardo lo miró. Aquel papá le había sabido a gloria.
- Hola hijo.


- Vengo del hospital. El Dr. Heredia me llamó y me citó allí. Ya... se lo tuyo y...


- Espera Roberto, - lo interrumpió su padre, - ¿me dejas que empiece por el principio?
- Si, por supuesto, - accedió.


- Tu sabes que desde que mamá se murió he ido al cementerio bastante a menudo, tanto a la tumba de ella como la de Elisa. Pues bien, una de aquellas tardes estaba allí cuando Cristina apareció y se identificó. Ella es la hija de mi Elisa, del que fue mi primer amor, y yo...


- Espera, espera, - lo interrumpió Roberto con cara de perplejidad, - ¿estás tratando de decirme que... ella es tu hija?


- ¿Que Cristina es mi hermana?   


Continuará

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