- Hola, - lo saludó serio, -
¿que haces aquí?
He venido a invitarte a
comer. ¿Vamos?
Roberto se dejó llevar, pero
interiormente iba pensando en que, si pretendía arreglarlo todo con una comida,
lo llevaba claro.
Poco después llegaron al
bistro.
Ambos pidieron la comida y se sentaron en una de
las mesas.
- Podrías haber pedido comida
de verdad, y no esa galleta, - le reprochó Roberto.
- Bah, no tengo mucha hambre.
- Ya se nota. Supongo que el
amor quita las ganas de comer porque te has quedado mas delgado.
- Sobre eso quería hablarte, aprovechando que
estamos aquí compartiendo esta comida.
- Si, ya sabía yo que no me habías traído aquí por
nada, pero paso.
- Roberto por favor, es muy importante que me
atiendas, yo...
- Joder, ¿por qué no tiras la
toalla y dejas ya el temita, eh? Tu estás con ella, ya lo se, lo tengo asumido,
pero me niego rotundamente a hablar de ello.
- ¿Cuando aprenderás a oír a
los demás Roberto? - le dijo tristemente su padre.
El se puso de pié.
- Cuando estos dejen de
querer arreglar un tema que no tiene solución y que además aún duele. Gracias
por la comida.
Roberto dio media vuelta y se
fue.
- Desde la discusión no ha
vuelto a llamarme papá, - pensó Eduardo para sí al quedarse solo en el bistro.
- Pasa Roberto, en seguida te atiendo, - dijo
Cristina al verlo entrar a los pocos momentos de llamarlo por medio de la
secretaria.
- Siéntate, - le dijo mirándolo, - tengo que hablar
contigo.
- Perdona pero prefiero quedarme de pié, si no te
importa.
- Está bien, entonces yo me
levantaré, - dijo ella yendo hacia el.
- Roberto, tengo que hablar
contigo de...
- ¿Es sobre el trabajo? - la
interrumpió el.
- No, es sobre tu padre.
- Ah, entonces paso.
- ¿Pero por qué te cierras en banda de esa forma?
Tengo algo importante que decirte ¿sabes?
- Ni tu ni mi padre comprendéis que paso
absolutamente de hablar del tema. Ya no hay nada más que añadir. El está
haciendo su vida contigo y yo la mía, y se acabó.
Y sin mediar mas palabras dio media vuelta y salió
del despacho.
Al día siguiente Roberto
recibió una llamada al móvil.
- ¿Si? ¿Quien es?
- Buenos días, - lo saludó
una voz masculina, - ¿Roberto Salas?
- Si, soy yo. ¿Quien es?
- Soy el doctor Heredia y
trabajo en el hospital de Moonlight Falls. ¿Podría venir a mi consulta esta
misma tarde? Hay algo que tengo que tratar con usted.
- Oh, por supuesto, - dijo
sorprendido e intrigado.
- ¿Le viene bien a las seis?
- Si si, allí estaré.
Aquella tarde, Roberto se presentó
en el hospital y lo pasaron a la consulta del doctor Heredia.
- Buenas tardes, - lo saludó,
- soy Roberto Salas.
- Encantado, - sonrió el hombre, - tome asiento por
favor.
- Seguramente se preguntará que para qué le he
hecho venir hasta aquí, ¿verdad?
- Pues si, la verdad es que si.
- Para empezar le diré que soy oncólogo de este
hospital, y he estado tratando últimamente a su padre porque... tiene cáncer.
Roberto abrió la boca lleno
de asombro.
- ¿Como?
- Su padre tiene un tumor maligno y además está muy
extendido. Operándolo no conseguiríamos limpiarlo totalmente, y la
quimioterapia tampoco arreglaría mucho. Solo lo haríamos sufrir.
Roberto, reprimiendo las lágrimas, volvió la cabeza
pensativo. Aquello era lo que Cristina y su mismo padre le habían querido
contar. Maldita cabezonería suya...
- ¿No... no hay ninguna
solución? - quiso saber.
- Me temo que no. Hay veces
en que estos procesos cancerígenos son detectados a tiempo, son perfectamente
operables y los pacientes se recuperan, pero en el caso de su padre, cuando lo
vimos ya estaba muy expendido, y además afecta a órganos muy importantes como
el pulmón izquierdo entre otros. No podemos hacer nada señor Salas, lo siento.
- Ya, - Roberto,
profundamente triste se puso de pié.
- ¿Cuanto... le queda? -
preguntó con un hilo de voz.
- No lo sabemos a ciencia
cierta, pueden ser dos meses, seis, tal vez un año como mucho... pero no creo
que llegue.
- Vale, muchísimas gracias
doctor. Buenas tardes.
- Adiós.
Y dando media vuelta, salió de la consulta.
De camino a casa, Roberto se
llamó imbécil, gilipollas y otras lindezas por el estilo un montón de veces.
Mientras su padre estaba enfermo y quería comunicárselo, a el solo le
preocupaba que estaba con Cristina y por consiguiente no quería oír a ninguno
de los dos. Pero claro, el tampoco sabía lo de su padre, ni lo sospechaba
siquiera.
Cuando entró en casa, lo vio
frente al televisor y avanzó hacia el.
- Hola papá, - dijo
conteniendo la emoción.
Eduardo lo miró. Aquel papá
le había sabido a gloria.
- Hola hijo.
- Vengo del hospital. El Dr. Heredia me llamó y me
citó allí. Ya... se lo tuyo y...
- Espera Roberto, - lo
interrumpió su padre, - ¿me dejas que empiece por el principio?
- Si, por supuesto, -
accedió.
- Tu sabes que desde que mamá se murió he ido al
cementerio bastante a menudo, tanto a la tumba de ella como la de Elisa. Pues
bien, una de aquellas tardes estaba allí cuando Cristina apareció y se
identificó. Ella es la hija de mi Elisa, del que fue mi primer amor, y yo...
- Espera, espera, - lo interrumpió Roberto con cara
de perplejidad, - ¿estás tratando de decirme que... ella es tu hija?
- ¿Que Cristina es mi hermana?
Continuará
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