- ¿En serio piensas eso? ¿Que
Cristina es hija mía y por consiguiente es tu hermana?
- No se que pensar papá;
dices que ella es hija de Elisa y...
- No Roberto, Cristina es
hija del marido de Elisa, el que después se casó con ella. Yo no tuve nada que
ver en su concepción. Además, tu eres mas mayor que ella.
- Entonces, ¿por qué
rompisteis Elisa y tu? Siempre me lo he preguntado, - quiso saber Roberto.
- Mi padre y tu abuelo, el
padre de tu madre, estaban haciendo negocios juntos, y les convino que yo me
casara con ella. Prácticamente me obligó a romper con Elisa.
-Entonces... tu no quisiste a
mamá, - dijo Roberto sintiendo una punzada de dolor.
- No hijo, no pienses eso. Al
principio obviamente no estaba enamorado de ella, solo recordaba y añoraba a
Elisa, pero tu madre era dulce, tierna, fiel... como tu. ¿Crees que no te
conozco? Debajo de esa testarudez y aparente mal genio, eres tierno y dulce, y
tienes mucho amor que dar, como tu madre. Tu eres igual que ella, y yo tuve que
amarla Roberto, me enamoré perdidamente de ella. No te quepa la menos duda, y
te engendramos por amor.
- Pero después de tantos
años, cuando de pronto me encontré a Cristina y me dijo que era hija de Elisa,
para mi fue una ilusión tremenda, fue como recuperar algo de ella, y se le
parece tanto... En ese momento reviví.
- Pero por lo que hablabas
parecía que tenías algo con ella, una relación.
- No Roberto, no te
equivoques, yo dije que había encontrado a una persona muy especial, que iba a
ser muy importante en nuestras vidas, y cuando me dijiste que si nos íbamos a
casar, te dije que era una tontería ¿recuerdas? Quisimos hablar contigo,
contarte quien era ella, pero tu no escuchabas.
- ¿Sabes lo que he sufrido
pensando que tu y ella estabais juntos? Me dolió en el alma papá.
- Y nosotros quisimos
ahorrarte ese dolor, porque no había nada entre ella y yo, pero tu eres muy
cabezota, te dolía hablar del tema y no querías oír a nadie.
- ¿Y en serio tu y ella
no...?
Eduardo sonrió.
- Roberto, ella es como una
hija para mi. Pudo haberlo sido, pero no lo es. Aunque... últimamente con lo de
mi enfermedad se ha comportado como una hija cariñosa y atenta.
- Fue solo nombrar su
enfermedad, y Roberto al momento sintió que sus ojos se humedecían
inevitablemente.
- Lo siento papá, yo no sabía
nada, ni me lo imaginaba siquiera. ¿Me podrás perdonar algún día?
- No tengo nada que perdonar
Roberto. Tu vas a estar a mi lado a partir de ahora ¿verdad?
- Siempre papá, siempre
- Entonces ya está todo
arreglado. No te sientas culpable. Yo te conozco, y tu no sabías nada de esto,
pensabas que queríamos hablarte del otro tema.
- Pero yo no quiero que te
vayas... que me dejes solo... Ya no tengo a mamá desde hace cinco años, y si
ahora tu te vas... no podré soportarlo papá.
- Eso fue lo que mas me
dolió, - se quejó dulcemente Eduardo, - que durante un tiempo no me llamaras
papá.
- Oh papá, perdóname,
perdóname papá. Tu sabes que te quiero con toda mi alma, te necesito...
- Ya lo se, pero dentro de poco tendrás que caminar
por tu cuenta, hacer tu vida, pero no estarás solo, ya lo verás.
Ambos se pusieron de pié y se
abrazaron estrechamente.
- Gracias por todo papá, y
perdóname.
- Ya está todo olvidado y perdonado. Te quiero hijo
mío, siempre te he querido y siempre te querré.
- Hay algo que quería decirte, - comenzó diciendo
el padre al separarse, - cuando Cristina me habló por primera vez allí en el
cementerio, me preguntó por ti, me dijo que nos había visto allí juntos, y en
ese momento yo tuve un sueño Roberto, por eso también la traje aquí.
- ¿Por qué la trajiste entonces papá?
- Primero porque su padre se
había muerto hacía poco y estaba sola, y segundo porque... tengo la ilusión de
que tu y ella... os caséis, que acabéis juntos vuestras vidas, que tu te cases
con la hija de la mujer con la que yo no me pude casar, ¿comprendes? Anda,
hazme ese favor. Cumple el último sueño de tu viejo padre. Se lo que sientes
por ella.
- Papa...
Aquella conversación fue
interrumpida por unos bruscos golpes en la ventana. Eduardo fue en seguida a
ver quien era.
- ¿Quien es papá?
- No se, es una chica. Menudo
éxito hijo, ya hasta te aporrean las ventanas de tu casa.
- A ver...
Roberto se acercó y entonces,
para su sorpresa, vio a Inés.
- He venido a traerte tu saco
de dormir, que te lo dejaste allí en el campo, - le dijo ella a través de la
ventana.
Pero entonces Roberto recordó
nítidamente el siniestro aspecto en el que se trasformó aquella noche e,
instintivamente huyó hacia su cuarto.
Eduardo por su parte se quedó
allí de pié sin entender nada en absoluto.
- Dios, ¿que le habrá pasado a este chico? - pensó
para sí.
- Roberto, ¿que te pasa? ¿por qué sales corriendo?
- ¿Ya huyes de las chicas? - rió con humor.
- Papá, - le dijo cuando
Eduardo llegó a su cuarto, - no tienes ni idea de quien es esa chica. ¿Te
acuerdas de cuando dije que me iba al campo el fin de semana?
- Si, y volviste aquella
misma noche.
- Fue porque ella se
transformó en una criatura extraña, parecía una mujer lobo, con pelo por todo
el cuerpo, dientes y uñas largas, orejas puntiagudas...
- Roberto, ¿como va a ser eso
cierto? Esa chica parece encantadora.
- Si claro, hasta que tiene
esa mutación en vete a saber qué. Créeme papá, no te miento, y esa chica es
algo raro. Por cierto, y hablando de lo de antes, la noche que volví del campo
y estaba con Cristina, metiste la pata hasta el fondo ¿eh?
- Por aparecer en el momento
preciso ¿no?
- Exactamente.
- Lo siento, me di cuenta
después.
- Bueno, ¿y ella no dormía
contigo?
- Antes de entrar en mi
cuarto, a la izquierda hay un dormitorio pequeño, ¿recuerdas? Está junto al
mío. Pues ahí duerme ella, así que no vuelvas a estar celoso porque jamás la he
tocado. Lo que quiero es que Cristina sea para ti, que te cases con ella;
¿cumplirás el último deseo de este viejo?
- Bueno, te prometo que haré
lo que pueda, - dijo abrazándolo, - y muchas gracias por contarme todos tus
secretos papá. Te quiero.
- Y yo a ti hijo.
El tiempo pasó volando. Eduardo fue deteriorándose
por días, empeorando a pasos agigantados. Roberto se desvivió por estar con el
y cuidarlo, incluso Cristina. Hasta que un buen día los dejó definitivamente. Y
ahora estaban allí, frente a su tumba, mudos, sintiéndose extraños, como
perdidos...
- Eduardo, - comenzó a decir ella a su lado con un
hilo de voz dirigiéndose a su padre, - muchísimas gracias por todo lo que me ha
dado, ha sido maravilloso y jamás lo olvidaré. Es... como perder a mi segundo
padre, - concluyó mientras lloraba en silencio.
Las emotivas palabras de
Cristina encantaron a Roberto, y acentuaron aún mas sus sentimientos.
Ya estaba solo,
completamente. ¿Como iba a encarar la vida a partir de entonces? Su padre había
sido su apoyo en todo momento. ¿Y ahora qué?
En silencio ambos recitaron una sencilla oración.
Luego, como de común acuerdo, dieron media vuelta y
se fueron del cementerio.
Yendo de camino y al llegar a casa, Roberto tuvo la
sensación de que volvía a escuchar las palabras de su padre: "¿cumplirás
el último deseo de este viejo?" Y entonces tomó la firme resolución de
declararse a Cristina. Si, lo haría.
Pero ella tenía otros planes.
- Roberto escucha, voy a
marcharme.
- ¿Te vas? - se sorprendió apenado el.
- Si, es lo mejor. Buscaré un apartamento o una
casita.
- Pero... yo creí que te quedarías, esta es como tu
casa y...
- No Roberto, ahora recogeré mis cosas y me iré.
Perder a tu padre ha sido muy duro y no quiero interferir mas en tu vida.
Roberto se quedó sin
palabras. Momentos después la veía de irse sin remedio, sin volver la vista
atrás.
Acababa de perder a su padre,
y ahora también la perdía a ella.
Continuará
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