Helen decidió seguir el
consejo de David, así que se llegó a casa de su amiga Sarah.
- Hola Sarah.
- ¿Que tal Helen?
- Es que he venido para proponerte que quedemos
esta noche. Como es viernes pensé que estarías libre.
- A ver, déjame pensar...
- Chica, vaya vida social mas
intensa, - rió Helen, - ¿también tienes una agenda?
- Déjate de rollos anda. ¿Y donde iríamos?
- A una bolera nueva que han
inaugurado. Anda, anímate.
- Bueno, vale.
- Bien. ¿A que hora salimos
de aquí?
- Tengo que hacer algunas
cosas antes, así que espérame allí a las... ¿diez y media está bien?
Helen estuvo de acuerdo.
Aquella noche en la bolera,
Helen fue la primera en llegar, así que decidió tomar algo mientras la
esperaba. Se sentó junto a la barra y pidió una bebida.
Se sentía algo rara allí sola
sin David; después de salir durante cinco años solamente con el, le resultaba
extraño quedar con otra persona, aunque esta fuera su amiga y vecina Sarah.
Mientras tomaba y paladeaba
su bebida a suaves sorbos, vio por el rabillo del ojo que un hombre se sentaba
en el asiento que había junto al suyo.
Le llegó su olor, su perfume
discreto y masculino, que hizo que abriera sus fosas nasales para poder
aspirarlo mejor y llenarse de el.
¿Pero era idiota o qué?
Tratando de mantener la compostura y que no le
temblara la mano con la bebida, Helen notó que el volvía la cabeza y la miraba.
No vuelvas la cabeza Helen, - se dijo a sí misma, - todavía no. Mantente firme.
Para entretenerse y vencer la tentación, siguió
bebiendo de su baso, pero aquella mirada constante parecía tirar de ella, no
podía evitarlo.
Así que, cuando acabo su
copa, ya no tuvo mas excusas y volvió la cabeza; que demonios, si ese hombre la
miraba, ella también, ¿por qué no?
Fue un momento, pero sin saber
por qué, su corazón comenzó a latirle mas acelerado.
En su interior se encendió un piloto rojo
advirtiendo peligro, así que se levantó para alejarse, pero el también se puso
de pié.
- Hola, - la saludó el con su voz varonil, - ¿estás
esperando a alguien?
- Lo siento pero no suelo
hablar con desconocidos. Además, soy una mujer casada. No he venido aquí a
ligar ni nada por el estilo, - le espetó Helen.
Pero después de su digno discurso, sus ojos, su
mirada la traicionaron, porque se quedó mirando fijamente al hombre con cara de
boba.
Claro que el no se quedó atrás y también la miró
con aquellos ojos azules y enigmáticos que tenía. ¿Por qué miraría de aquella
forma?
Nerviosa y con las piernas empezando a temblarle,
se alejó hasta la puerta para esperar allí a Sarah, pero Helen era consciente
de la profunda mirada de aquel hombre. Al rato, harta ya de esperar e inquieta
por sentirse observada, se fue a casa. Sarah la había dejado plantada.
A la mañana siguiente Helen se llegó a casa de
Sarah para preguntarle por qué no se presentó en la bolera tal y como habían
quedado.
Llamó a la puerta, esperó pero nada, no estaba.
Ya volvía a casa cuando de
repente oyó a Frank, su vecino, llamándola. El estaba en el jardín, cuidando
las rosas y las demás flores.
- Hola Frank, - lo saludó, -
eres un manitas ¿eh? ¿también se te dan las plantas?
- Pues si, soy muy útil ¿no lo sabías? Anda, dame
un abrazo guapa. ¿Vienes a casa y charlamos?
Helen se fue con el a su casa
y ambos se sentaron en el sofá del salón.
- He visto que venías de casa
de nuestra vecina ¿no? - le preguntó el.
- Si, pero no está. ¿Ya la
has conocido, Frank?
- Si, de paso, pero no es ni
remotamente tan simpática como tu, - sonrió.
- Eres un adulador, pero me
viene muy bien después del plantón de anoche.
- ¿Y que te pasó?
- Bueno, David, mi marido, no
pudo salir conmigo, así que quedé con Sarah en la bolera nueva.
- Ah si, está estupenda.
- Pues Sara no vino.
- ¿Y ya está? ¿fin del
episodio? Porque con lo buena que estás seguro que ligarías ¿no?
- Oye, ¿tu no eras gay? O me
lo ha parecido a mi.
- Si guapa, soy gay, pero no
soy ciego, y tu estás un rato buena, te lo digo yo.
Helen rió de buena gana.
Aquel chico le hacía olvidar los malos momentos. Ojala hubiera quedado con el
la noche anterior; no se habría quedado plantada, eso seguro.
- Bueno, el caso es que
estaba esperando a mi amiga cuando un tío se sentó en el taburete de al lado, -
comenzó a relatar Helen.
- ¡Ajajá! Ya decía yo. Si me
metiera a pitoniso tendría un futuro prometedor. ¿Y que pasó?
- ¿Y que querías que pasara?
El me preguntó si estaba esperando a alguien, pero yo le dije que soy una mujer
casada y que no suelo charlar con desconocidos.
- Si, vamos, que le soltaste
todo ese rollo.
- No es un rollo Frank, tengo
a mi marido y le soy fiel. ¿Es que tu no crees en la fidelidad?
- Pues... depende.
Si la fidelidad es a ese
marido que tu tienes, pues sinceramente no, - le dieron ganas de añadir a
Frank, pero no lo dijo.
- Bueno, pero entonces el tío
ese qué, ¿estaba bien o no?, - continuó Frank para olvidar lo que pensaba del
marido de Helen.
Ella suspiró y bajó la
cabeza.
- Eso es lo malo.
- Que estaba muy bueno, a que
si.
- Pues... pues si, - confesó
muy a su pesar. - Nos miramos y... oh Dios, como olía de bien por favor.
- ¿Y te fijas en eso? Yo le
habría mirado el culo, y el paquete de paso también.
Helen rió.
- Eres tremendo Frank. Solo
nos miramos a los ojos y aún me siento culpable.
- Ya, porque por primera vez
te gustó otro hombre mas que...
- No lo digas, - lo
interrumpió antes de que concluyera la frase.
Momentos después Helen se
despedía de su vecino y volvía a casa.
Y por si no había tenido
suficiente con el recuerdo de aquellos ojos azules de mirada penetrante y la
charla con Frank, el lunes, poco después de abrir su galería de arte, vio de
nuevo a aquel mismo hombre, frente al cuadro de las rosas. Su corazón sin
querer, volvió a alterarse.
¿Que demonios hacía allí?
Continuará
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