jueves, 1 de octubre de 2015

Capítulo 4

Helen se aproximó a aquel hombre decidida. ¿Que demonios estaba haciendo allí? Su encuentro en la bolera fue casual, ¿pero ahora allí también, en su galería? Mucha coincidencia.
El se volvió y la miró.

- Hola, buenos días.


- Buenos días, - lo saludó seria, - ¿me está usted siguiendo o espiando por casualidad? - le espetó.
- ¿Yo? En absoluto, ¿por qué lo dice?
- Porque me parece demasiada casualidad que después de coincidir en la bolera el viernes, ahora esté usted aquí en mi galería mirando ese cuadro.


- Es que quiero comprarlo, - sonrió el, - por eso estoy aquí.
- Ah... - Helen enrojeció hasta la raíz del cabello y se aturdió; acababa de meter la pata. - Entonces venga por aquí a mi despacho por favor.


Helen fue al despacho seguida por aquel hombre. Firmaron los papeles de la venta y todo quedó solucionado.

- Bueno, por hoy ha sido una buena venta, - dijo el mirándola.
- Pues si, muchas gracias y... disculpe por lo de antes, - le dijo ella azorada.
- No es nada. La invito a tomar algo para celebrarlo.


- Lo siento pero como ya le dije, soy una mujer casada y no acostumbro a... tomar copas o lo que sea... con otros hombres.
- Considérelo parte del negocio; usted vende cuadros, yo le compro uno, y después nos vamos los dos a tomar una copa para celebrar la venta.
- Gracias pero no, lo siento.
El hombre se despidió cortésmente y se marchó.


Y justo cuando Helen volvía a casa coincidió con Sarah cerca de la entrada.
- Ah, hola Sarah.
- ¿Que tal Helen?


- Sarah, ¿que te pasó el viernes? Me dejaste allí plantada, - se quejó.


- Es que mi sobrino el mayor se puso malo y mi hermana me llamó para que me quedara con la pequeña mientras lo llevaba a urgencias.
- ¿Y por qué no me llamaste por teléfono? Yo te llamé pero no me contestaste.
- Con las prisas se me olvidó el móvil en el trabajo, lo siento. Otro día quedamos ¿vale? Hasta luego.
- Adiós...
Y Sarah se fue rápidamente para su casa.


- Hola Helen, - le dijo de repente Frank acercándose a ella.
- Ah, hola Frank.
- Qué, ¿charlando con nuestra amable vecina?


A Helen no le pasó desapercibido su tono irónico al decir la palabra amable.
- Hemos coincidido y le he preguntado por lo del otro día.
- Lo del plantón.
- Si.
- ¿Y que excusa te ha dado?
- No te cae muy bien Sarah ¿verdad? - quiso saber Helen.
- Ni un poco, pero sigue.
- Se tuvo que quedar cuidando de su sobrina.
- Ya. Siempre es conveniente tener algún sobrino para las ocasiones de apuro, - dijo irónico.


- No seas malo Frank. Hoy no me vas a chafar el día porque he hecho una venta estupenda.
- ¿En tu galería? Que bien.
- Si. Fue el tipo del otro día ¿sabes?


- Uh, entonces doble alegría ¿eh?
- No se de que me hablas Frank.
- Si lo sabes, no te hagas la tonta. Has visto otra vez a ese monumento de hombre y encima te ha comprado un cuadro. Ración doble. Estás en racha ¿eh?
- Bueno, será mejor que me vaya a mi casa para que así dejes de decir bobadas, - Helen trató de ponerse seria, pero con Frank no podía, le era imposible.
- No son bobadas y tu lo sabes. Hasta luego guapa, - le dijo antes de irse a su casa.


Varios días después, Helen dormía plácidamente junto a David cuando empezó a sonar su móvil. Como era tarde se alarmó, así que se levantó de la cama.


- ¿Diga? ¿Quien es? - preguntó sin reconocer el número que llamaba.
- Buenas noches, - contestó una voz de hombre, - ¿es usted Helen, la dueña de Windsor Gallery?
- Si, soy yo.
- Perdone que la moleste a estas horas, pero es que han intentado entrar en su galería para robar;  menos mal que un transeúnte lo impidió. De todas formas y para asegurarnos, debería usted venir ahora y comprobar que todo está bien.
- Oh si, por supuesto. En un momento estoy allí.


Dios, habían intentado entrar en su galería...
Por un momento se quedó allí paralizada pensando en las posibles y funestas consecuencias que tendría si esa persona no lo hubiera impedido. Tenía que saber quien era para darle las gracias debidamente.


- David, - Helen se dirigió a el a pesar de verlo durmiendo, - David despierta. Han intentado entrar a robar en mi galería y tengo que ir allí. Ven conmigo anda.
- Mmmm... no puedo... Ve tu. Mañana tengo que madrugar... - contestó con voz casi ininteligible a causa del sueño.


Así que Helen fue sola a su galería. Hubiera preferido ir acompañada por el y mas a aquellas horas de la madrugada, pero David tenía que madrugar, aquello era cierto.


Nada mas llegar y ver que junto al policía estaba nada menos que aquel hombre que se encontró en la bolera y luego le compró el cuadro, Helen se lo quedó mirando mas que sorprendida. ¿Aquel era el transeúnte que había impedido que robaran en su galería?


El se la quedó mirando al llegar y Helen sintió cierto coraje de si misma; no podía sustraerse al magnetismo que emanaba aquel hombre. Era algo visceral, físico, y ella debía de estar tonta perdida cuando no dejaba de mirarlo.


Haciendo un esfuerzo se dirigió al policía.
- Gracias por avisarme agente. Ha sido usted muy amable, - le dijo ella.


- Yo solo he acudido y he revisado la puerta y las ventanas. Todo parece estar en orden.


- En todo caso a quien debe de darle las gracias es al señor Gilbert, - añadió el policía, - el fue quien ahuyentó al ladrón y nos llamó. Si no necesitan nada mas, los dejo. Muy buenas noches.
El policía montó en su coche y se fue.


Al quedarse solos, Helen y aquel hombre se miraron. Ella suspiró.
- Usted otra vez.


- El destino se empeña en que usted y yo nos encontremos, y le aseguro que ha sido casual; si seguimos por esa carretera y cruzamos el puente, en un par de minutos estaremos en mi casa. ¿Quiere que se la enseñe? Iba de camino cuando vi a un tipo sospechoso intentando entrar.
- Muchísimas gracias pero... he de volver a casa.
- Si quiere la acompaño; una mujer como usted no debería andar sola por aquí a estas horas.
Dígaselo a mi marido, - le dieron ganas de decir a Helen, pero se calló.
- Está bien.
- Tranquila, se que venía muy nerviosa pero ya todo está bien. Un paseo tranquilo la relajará.


Ambos se volvieron y enfilaron la calle.
La verdad es que la carretera estaba desierta, y mas a aquellas horas. Solo se veía pasar algún coche ocasionalmente y muy de prisa.


Comenzaron a caminar en silencio. Lo cierto es que le habría dado bastante miedo de tener que andar sola por aquel sitio y tan tarde. Menos mal que aquel hombre estaba allí y se había ofrecido a acompañarla.


En silencio, Helen notó que la miraba. ¿Por qué puñetas se tenía que poner tan nerviosa? Era absurdo.
- Me llamo Nelson, no se si lo recuerda del otro día, cuando me vendió el cuadro y firmamos los papeles, - le dijo el.


- Lo siento, no me fijé, - mentirosa, que eres una embustera, - se dijo interiormente a sí misma. - Yo me llamo Helen, encantada.


- ¿Hoy... no lleva una rosa en la solapa? - se atrevió a preguntar.
El rió suavemente, lo cual casi le provoca dar un traspiés a Helen.
- Hoy no, pero la llevo muchas veces. Las rosas me encantan, sobre todo las rojas. Por eso le compré el cuadro.
- Las rosas de mi cuadro no son rojas precisamente.
- No, pero el color que tienen pega muchísimo mas en mi dormitorio.
Al oír aquella última palabra, Helen sintió un escalofrío en la columna vertebral. Seguramente debía ser por la baja temperatura nocturna.


- Bueno pues... aquí vivo yo, en la casita de la derecha. No es nada del otro mundo, - dijo nerviosa al llegar.


- Está muy bien. ¿Mas tranquila ya?
- Uy si, donde va a parar, - ¿otra vez mintiendo? - pensó.
Esto se estaba convirtiendo en una costumbre.


- Esto... muchísimas gracias por todo Nelson, por evitar que robaran en mi galería y por acompañarme. No me habría gustado venirme sola, - confesó en voz baja.
- No puedo lograr entender como puedes estar sola en momentos como este, pero no quiero comprenderlo ni que me lo expliques. Al fin y al cabo es tu vida. ¿Me permites que te tutee?
- Si, claro. Has sido muy amable. Buenas noches Nelson.
- Buenas noches Helen.


Continuará

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