lunes, 5 de octubre de 2015

Capítulo 5

Al día siguiente a primera hora de la mañana ya estaba Helen en su galería. Se fijó bien en la puerta y no estaba forzada, menos mal, y al entrar fue mirándolo todo.


Entonces se fijó en el hueco que había donde estuvo el cuadro de las rosas, y por un momento el vivo recuerdo de aquel hombre llenó su imaginación.


Avergonzada de si misma por recordarlo tanto, continuó recorriendo la galería.


Después entró en su despacho y se dispuso a pintar un cuadro, a ver si se inspiraba y dejaba de pensar en tonterías. Pero poco rato después llamaron a la puerta con unos discretos golpes.
- ¿Se puede? - dijo la inconfundible voz de Nelson.
El corazón de Helen se le subió a la garganta. ¿Era idiota o qué?

- Si, pase.


- Buenos días,- dijo el entrando.
- Ah, hola.
- ¿Que tal está esta mañana?


- Bien, cuando he entrado lo he mirado todo para ver si estaba en orden.
- ¿Todo bien? - se interesó el.
- Si, menos mal, y gracias a usted, bueno... a ti.


El sonrió.
- ¿Por qué no te vienes a mi casa y te la enseño? Anoche no quisiste porque era tarde, pero ahora no tienes excusa, me lo debes.
- Bueno, está bien, - accedió.


Fueron dando un paseo hasta llegar a su casa. Efectivamente quedaba cerca, tal y como el dijo.
- Esta es mi casa, ¿te gusta? - quiso saber el.
- Estoy impresionada. Es... preciosa.
- Espera a verla por dentro. Vamos.


- Este es el salón, - le dijo el al entrar.
Helen se quedó sin palabras; había una chimenea, estanterías, dos sofás junto a una extraña y bonita mesa de centro, una televisión enorme, un equipo de música... Instintivamente se fijó en las rosas rojas que había en un jarrón sobre la mesita del centro.
- Bueno, dime tu opinión.


- Menuda casa. No tengo palabras para describirla.
Helen, a pesar de estar maravillada por lo que veía, no dejaba de pensar en que estaba a solas en la casa de otro hombre que no era su marido. Quizás había sido educada chapada a la antigua, pero el caso es que llevaba cinco años saliendo solamente con un hombre, con David, y estas cosas que le estaban pasando ahora, como ser acompañada de noche por otro hombre o ir a su casa, pues no era lo habitual, y se sentía un poco culpable.


- También tengo fotografías, ¿ves? - le dijo el. - Por allí se va al despacho.
- Está muy bien.


- Y este cuadro si es de rosas rojas.
- Ya se ve que te gustan.


- ¿A ti no?
- Si, son mis favoritas.
Durante unos momentos ambos se quedaron callados mirando el cuadro.


Luego el giró a la derecha seguido por ella.
Y por aquí se va a la cocina - comedor.
- Me encanta, que moderna es.


- Entonces ¿que te parece lo que has visto hasta ahora?
- ¿Es que hay mas?
El sonrió.
- Claro, la planta de arriba.
- Pues...
Pero en ese momento le sonó el móvil a Helen.


- Disculpa, - le dijo a Nelson, - ¿diga?
- Helen, soy yo, - dijo la voz de David.
- Ah, hola, - contestó tratando de disimular su nerviosismo.


- ¿Que pasó anoche cariño? ¿Lograron robar en tu galería?
- No, menos mal, - dijo alejándose mientras hablaba, - un transeúnte logró evitarlo y llamó a la policía.
- Vaya, me alegro. Siento no haberte acompañado anoche. Ya sabes que estaba durmiendo y que tenía que madrugar hoy.


- Ya, no te preocupes, todo está bien.
Helen no pudo evitar pensar en que primero eran siempre las cosas de David, luego las suyas. A pesar de todo, la llamada de su marido le había recordado de nuevo que estaba a solas con otro hombre y en su casa, y eso la hacía sentirse culpable.


Tras despedirse de David, Helen se dirigió a Nelson.
- Voy a tener que irme pronto.
- ¿El de la llamada era su marido? - preguntó el.
- Si, quería saber sobre lo que ocurrió anoche.
A buenas horas, - le dieron ganas de añadir, pero se calló.


- No puede irse sin ver donde tengo su cuadro, - le dijo el.
- De acuerdo, - dijo perdiéndose inevitablemente en aquellos ojos claros.


Tras subir al piso superior, entraron en un amplio dormitorio. Al fondo, junto al cabecero de la cama de matrimonio, estaba colgado su cuadro.
No supo por qué pero Helen, en lugar de mirar el cuadro de las rosas, miró la ancha cama y unas sugestivas fantasías comenzaron a cobrar vida en su imaginación.
Lo miró a el, aspiró su aroma personal, y se sintió profundamente culpable por sentir e imaginar lo que tenía en mente en ese momento.


- Bueno, pues ahí está su cuadro, - dijo el con su voz varonil, - queda precioso aquí ¿verdad?
- Pues... pues si, es verdad, - contestó algo entrecortadamente.
Me debería ir ahora, - pensó ella para sí, - ahora mismo debería irme a casa y no estar en el dormitorio de otro hombre...


Continuará

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