Helen deambuló por
innumerables calles tratando de calmarse.
Era tarde y las calles
estaban desiertas, pero poco le importaba en aquellos momentos.
Caminó sin rumbo, sin pensar, hasta que de pronto
al doblar una esquina vio la preciosa casa de Nelson iluminada en la noche. En
esos momentos se sintió como un barco perdido a la deriva que avista un faro,
un faro iluminado y salvador que ofrece una esperanza, y hacia allí se dirigió.
No había planeado venir aquí. Cuando salió de casa
con aquel cabreo que aún le duraba, no pensó en dirigirse a ningún lado en
particular, pero el caso es que aquí estaba y ya no le importaba nada, de modo
que abrió la verja de entrada.
El sonido del agua cayendo a su lado en la fuente
le sirvió para relajarse un poco. Aquella casa le gustaba muchísimo.
Llamó al timbre y esperó junto a las puertas dobles
con cristales. Estaba algo nerviosa, pero la emoción que mas le podía en
aquellos momentos no era esa, sino la decepción y el cabreo ya mencionado
antes.
- Helen, - se sorprendió el
al abrir la puerta y verla, - tu aquí a estas horas... ¿Estás bien?
- No, no lo estoy. ¿Puedo
pasar?
- Por supuesto.
Cuando el oyó su voz triste,
insegura y como si estuviera a punto de derrumbarse, cogió sus manos entre las
suyas.
- Eh, tranquila Helen. ¿Que
ha ocurrido?
- Mi... mi marido me ha dejado plantada con la cena
dos noches seguidas, y... no son las primeras veces... que lo hace.
- Tranquilízate Helen. Ven,
vamos a sentarnos y si quieres me lo cuentas todo ¿de acuerdo?
Ella asintió en silencio.
Los dos se sentaron en uno de
los sofás. Nelson se sentó junto a ella y puso su mano sobre su hombro. En
aquel momento le resultó reconfortante y acogedor. El se veía tan fuerte, tan
seguro, tan tierno incluso, y ella se sentía tan sola e indefensa...
- Bueno, empieza por el
principio.
Ayer llamé a David, mi marido, al trabajo y le dije
que prepararía una cena muy especial para los dos. Me pasé toda la tarde
cocinando, y llegó tardísimo, me dejó plantada.
- Discutimos y me prometió venir pronto hoy, pero a
la hora que es aún no ha vuelto, por eso he salido de casa y he venido a parar
aquí. Lo siento.
- No tienes que pedir
disculpas Helen, puedes venir aquí siempre que quieras, a la hora que sea
¿entiendes?
- Si Nelson, gracias.
- ¿Y esto de dejarte plantada
lo ha hecho mas veces? - preguntó el.
- Es que esa es la cosa, que
casi siempre llega tarde y estoy sola. Hoy... y ayer, me he sentido
decepcionada, sola y abandonada.
- Te comprendo. Aquella noche
cuando impedí que robaran en tu tienda, no entendí que vinieras sola, que tu
marido no te acompañara, y sigo sin entenderlo Helen. ¿Siempre ha sido así?
Ella se encogió levemente de
hombros.
- De novios cuando quedábamos
venía, pero claro, no salíamos todos los días. Ahora, desde que nos casamos
hace tres meses, casi siempre tarda y... me quedo sola. Dice que tiene trabajo,
reuniones, compromisos y eso.
- Ya, - dijo solamente Nelson
comprendiendo mas de lo que decía.
- Bueno, será mejor que me
vaya.
Ambos se levantaron, y antes
de llegar a la puerta, Helen se aproximó a el.
Los dos se miraron desde
cerca, e instintivamente, uno de los dedos de ella le acarició la rasurada
mejilla.
- Muchísimas gracias por todo, por acogerme, por
escucharme, por estar... a mi lado a pesar de ser prácticamente una
desconocida. Gracias Nel.
El la estrechó contra sí.
- Me encanta que me llames
así, ¿y sabes? No tienes que darme las gracias.
- Puedes venir a mi o
llamarme cada vez que quieras. Estaré para lo que necesites, lo sabes.
- Muchísimas gracias Nel, de
veras.
- Y tranquila. Busca tu
felicidad Helen. No dejes que te menosprecien porque vales un montón.
Mas emocionada de lo que se
esperaba, se despidió, pero Nelson insistió en llevarla en su coche. Antes de
salir del auto, le dio su número de teléfono por si ella necesitaba alguna vez
algo de el.
Cuando Helen entró en casa, vio consternada que a
pesar de la hora que era, David aún no había regresado, así que se acostó.
Minutos después lo escuchó entrar y subir al dormitorio, pero se hizo la
dormida. Pasaba totalmente de hablar con el.
David se quedó como
bloqueado; esperaba que al volver tan tarde ella le gritaría, reñiría,
protestaría como otras veces, lo que sea, pero no que estaría ya en la cama y
seguramente haciéndose la dormida.
La indiferencia de Helen era
lo único que no soportaba.
Continuará
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