martes, 13 de octubre de 2015

Capítulo 7

Helen deambuló por innumerables calles tratando de calmarse.

Era tarde y las calles estaban desiertas, pero poco le importaba en aquellos momentos.


Caminó sin rumbo, sin pensar, hasta que de pronto al doblar una esquina vio la preciosa casa de Nelson iluminada en la noche. En esos momentos se sintió como un barco perdido a la deriva que avista un faro, un faro iluminado y salvador que ofrece una esperanza, y hacia allí se dirigió.


No había planeado venir aquí. Cuando salió de casa con aquel cabreo que aún le duraba, no pensó en dirigirse a ningún lado en particular, pero el caso es que aquí estaba y ya no le importaba nada, de modo que abrió la verja de entrada.


El sonido del agua cayendo a su lado en la fuente le sirvió para relajarse un poco. Aquella casa le gustaba muchísimo.


Llamó al timbre y esperó junto a las puertas dobles con cristales. Estaba algo nerviosa, pero la emoción que mas le podía en aquellos momentos no era esa, sino la decepción y el cabreo ya mencionado antes.


- Helen, - se sorprendió el al abrir la puerta y verla, - tu aquí a estas horas... ¿Estás bien?
- No, no lo estoy. ¿Puedo pasar?
- Por supuesto.


Cuando el oyó su voz triste, insegura y como si estuviera a punto de derrumbarse, cogió sus manos entre las suyas.
- Eh, tranquila Helen. ¿Que ha ocurrido?


- Mi... mi marido me ha dejado plantada con la cena dos noches seguidas, y... no son las primeras veces... que lo hace.


- Tranquilízate Helen. Ven, vamos a sentarnos y si quieres me lo cuentas todo ¿de acuerdo?
Ella asintió en silencio.


Los dos se sentaron en uno de los sofás. Nelson se sentó junto a ella y puso su mano sobre su hombro. En aquel momento le resultó reconfortante y acogedor. El se veía tan fuerte, tan seguro, tan tierno incluso, y ella se sentía tan sola e indefensa...
- Bueno, empieza por el principio.


Ayer llamé a David, mi marido, al trabajo y le dije que prepararía una cena muy especial para los dos. Me pasé toda la tarde cocinando, y llegó tardísimo, me dejó plantada.


- Discutimos y me prometió venir pronto hoy, pero a la hora que es aún no ha vuelto, por eso he salido de casa y he venido a parar aquí. Lo siento.


- No tienes que pedir disculpas Helen, puedes venir aquí siempre que quieras, a la hora que sea ¿entiendes?
- Si Nelson, gracias.
- ¿Y esto de dejarte plantada lo ha hecho mas veces? - preguntó el.
- Es que esa es la cosa, que casi siempre llega tarde y estoy sola. Hoy... y ayer, me he sentido decepcionada, sola y abandonada.
- Te comprendo. Aquella noche cuando impedí que robaran en tu tienda, no entendí que vinieras sola, que tu marido no te acompañara, y sigo sin entenderlo Helen. ¿Siempre ha sido así?
Ella se encogió levemente de hombros.
- De novios cuando quedábamos venía, pero claro, no salíamos todos los días. Ahora, desde que nos casamos hace tres meses, casi siempre tarda y... me quedo sola. Dice que tiene trabajo, reuniones, compromisos y eso.
- Ya, - dijo solamente Nelson comprendiendo mas de lo que decía.
- Bueno, será mejor que me vaya.


Ambos se levantaron, y antes de llegar a la puerta, Helen se aproximó a el.
Los dos se miraron desde cerca, e instintivamente, uno de los dedos de ella le acarició la rasurada mejilla.


- Muchísimas gracias por todo, por acogerme, por escucharme, por estar... a mi lado a pesar de ser prácticamente una desconocida. Gracias Nel.


El la estrechó contra sí.
- Me encanta que me llames así, ¿y sabes? No tienes que darme las gracias.


- Puedes venir a mi o llamarme cada vez que quieras. Estaré para lo que necesites, lo sabes.
- Muchísimas gracias Nel, de veras.
- Y tranquila. Busca tu felicidad Helen. No dejes que te menosprecien porque vales un montón.
Mas emocionada de lo que se esperaba, se despidió, pero Nelson insistió en llevarla en su coche. Antes de salir del auto, le dio su número de teléfono por si ella necesitaba alguna vez algo de el.


Cuando Helen entró en casa, vio consternada que a pesar de la hora que era, David aún no había regresado, así que se acostó. Minutos después lo escuchó entrar y subir al dormitorio, pero se hizo la dormida. Pasaba totalmente de hablar con el.


David se quedó como bloqueado; esperaba que al volver tan tarde ella le gritaría, reñiría, protestaría como otras veces, lo que sea, pero no que estaría ya en la cama y seguramente haciéndose la dormida.
La indiferencia de Helen era lo único que no soportaba.   


Continuará

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