martes, 10 de noviembre de 2015

Capítulo 17

Frank se fue y Helen se quedó sola, completamente.
Allí de pié en el salón, viendo el sofá en el que se habían acurrucado, las rosas que tanto amaba, el lugar en el que puso unas copas la noche en que la trajo... cada recuerdo, cada detalle, hacían que ahora su soledad fuera mas triste e insoportable, mas fría.


Helen cogió un libro de la estantería e intentó leer para distraerse.
¿Cuanto tiempo retendrían a Nel? ¿Y si no volvía?
No sería capaz de acostarse sola en aquella cama en la que ambos se habían entregado y habían hecho el amor, en aquel lecho en el que se habían confesado su mutuo amor de todas las maneras posibles. Y a su propia casa no podía volver, y menos después de haber encontrado allí muerto a David.


Cuando Helen se dio cuenta de que habían transcurrido veinte minutos y no había pasado de la segunda frase, cerró el libro de golpe y lo devolvió a la estantería.


Entonces decidió cocinarse unas tortitas como merienda. La cocina le gustaba mucho, siempre disfrutaba haciendo cualquier cosa, lo que pasa es que siempre tuvo la sensación de que David no la apreciaba en su justa medida.
Joder, tenía que dejar de pensar en David, sobre todo porque cuando lo recordaba se le venía a la mente la última imagen que conservaba de el.
Entonces de pronto se oyó de abrirse la puerta.


Casi sin podérselo creer, Helen apagó el fuego y fue al salón, y entonces lo vio entrando.
- ¡Nel...!
- Helen, mi vida, ya estoy aquí.


Sin poder reprimir la alegría, ella salió corriendo y se precipitó en sus brazos. El, eufórico, la cogió por la cintura y, levantándola en el aire, comenzó a besarla.


Después se abrazaron estrechamente y sus bocas se fundieron libando la una de la otra. Era tal la alegría que experimentaban de estar juntos, que no podían dejar de abrazarse, acariciarse y besarse con intensidad.


- Oh Nel, amor mío, te he echado tanto de menos... Esto no era lo mismo sin ti...
- Yo... estaba desesperado. De pensar que... no me hubieran dejado libre y que te podía perder...
- Nunca, jamás mi amor. ¿Y como es que te han liberado?


- Porque las sospechas han recaído sobre otra persona.
- ¿De veras? ¿Quien? - preguntó deseando saber quien demonios podría haber matado a David.
- Frank fue a la comisaría y contó que esa noche vio a Sarah, tu vecina, salir de tu casa tras una fuerte discusión.
- ¿Sarah? - se extrañó.
- Mi vida, Sara y tu marido eran amantes, no lo sabías ¿verdad?
- ¿Yo? - se asombró realmente, - ¿dices que ellos eran...?
- Amantes desde hace años, si, y según lo que oyó Frank, al parecer el la había dejado y... ella no lo soportó.
- Dios mío...
Con razón el siempre o casi siempre llegaba tarde y le echaba la misma excusa, y es que no estaba trabajando, sino acostándose con Sarah.


Nelson rodeó su rostro con ambas manos.
- Eh, no te comas el coco ahora ¿vale? - le dijo suavemente antes de besar sus labios con dulzura.


- No sabes la alegría que siento de poder estar de nuevo junto a ti, Helen. Tenía tanto miedo de perderte...


- Nunca Nel, tu eres mi vida ¿sabes? Te quiero.


- Cásate conmigo Helen, casémonos por favor. Ahora eres libre, como yo, y quiero hacerte feliz. Tenemos derecho. Por favor mi vida, te quiero tanto... Quiero que seas mi esposa, para siempre. ¿Aceptas?
- Si Nel, si. Con todo mi corazón acepto. Ya no concibo la vida sin ti.


Mas felices de lo que eran capaces de expresar, ambos fueron al sofá y se besaron interminablemente. Se sentían dichosos solo por el hecho de poder estar juntos y abrazados, acariciándose y haciendo planes.


Varios días después, Helen estaba en su despacho cuando llamaron a la puerta.
- Buenos días señora Windsor.
- Buenos días.
- Soy Ted Folder, del departamento de criminalística de Twinbrook, no se si me recuerda.
- Ah, si, - dijo tras recordar haberlo visto aquella terrible mañana.


- Me he encargado del caso de su difunto marido, y he venido a traerle algunos objetos personales de los que fue despojado para hacerle la autopsia.
- Si, es verdad.
- Ya de paso le informo de que la señorita Sarah Culligham va a ser condenada por el asesinato de su marido.
- Vaya, fue ella al final ¿no?
- Si. No se si se lo han dicho pero su marido tenía una doble vida, y desde hace años mantenía relaciones con esta chica, Sarah. Era su amante. Al parecer el la dejó aquella noche y discutieron. Todo se deduce de ahí. Y como el había bebido bastante, no creo que le costara mucho trabajo, ya me entiende, - dijo refiriéndose a la forma en que mató a David.
- Ya... - Helen se sentía abrumada. Le parecía mentira que la chica que conociera antes de la universidad y que había sido su amiga, acabara siendo amante de su propio marido y al final hasta se lo cargara.
- Ah, otra cosa, - añadió el, - hay algo que encontramos en la escena del crimen, en su salón, y que al principio no entendimos que hacía allí. Ahora, después de saber que fue la señorita Culligham la que asesinó a su difunto marido, si lo entendemos.
- ¿Y que es? - preguntó sin saber a que se refería.


Folder metió la mano en su bolsillo y la extendió.
- Esto, - dijo mostrándole un pétalo de rosa roja, - parece una tontería, pero las flores son cosa de mujeres y esto nos confirma la culpabilidad de su vecina.


- Ah... - Helen se había echado a temblar repentinamente y apenas le salían las palabras, - muchas gracias... por todo, señor Folder.


- De nada, ha sido un placer, - sonrió el hombre, - buenos días señora Windsor.


- Y dando media vuelta, el policía salió de su despacho.


Helen se quedó petrificada allí, temblando y sintiendo que su cabeza era un caos, pero que de repente todas las piezas del puzzle encajaban a la perfección.
Aquel pétalo, aquel simple pétalo de rosa roja acababa de decirle que, el verdadero asesino de David, había sido Nelson.   


Continuará

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