Lina y
Atenea organizaron una fiesta de la hoguera. Todavía faltaba por llegar gente,
pero todos estaban muy animados. La música sonaba, todos bailaban, y una gran
fogata ardía en todo su esplendor.
Y
cuando todos estaban más contentos, de pronto Eva apareció en el jardín de
casa, que era donde se estaba celebrando la fiesta.
Automáticamente
Lina dejó de bailar y se volvió hacia ella con cara de pocos amigos.
- Hola Lina,
hola Alberto, ¿qué tal estáis? –saludó ella.
- ¿Se
puede saber qué coño haces aquí? ¡Como tienes el morro de presentarte en mi
fiesta después de lo que nos hiciste!
- Una de tus
compañeras me habló de la fiesta y me invitó, por eso he venido…
- ¡La fiesta
es mía, y yo no te he invitado, jamás lo haría, así que lárgate! Eres una mal
nacida y como vuelva a verte te mato, - dijo con profundo odio.
- Vale
vale, lo siento, ya… me voy, -dijo cortada.
-
¡Fuera de aquí! Eres una desgraciada, una hija de puta.
Entonces
Eva dio media vuelta y se fue mientras Lina la miraba alejarse. Quería
cerciorarse de que de verdad se iba y a ser posible para siempre.
Cuando Eva
llegó a casa se sentó apáticamente en el sofá.
Jamás debió
haber ido allí, nunca jamás.
Después de
todo lo ocurrido y de lo que había hecho, había perdido a sus antiguas
amistades y era normal.
Alberto le
había puesto mala cara y Lina la había insultado y hasta echado de allí.
Estaba allí
triste y rumiando sus pensamientos cuando su madre entró en el salón y se sentó
cerca de ella.
- ¿Qué te
pasa? Volviste muy pronto.
- Lina me
echó de allí. Dice que como vuelva a verme me mata.
- Es
normal que reaccione así Eva; tú la empujaste de la barca. Pudo haberse
ahogado, compréndelo. Y al otro chico pudiste contagiarle el sida, podría haber
muerto.
- Ya…
Entonces a
partir de ahora todo el mundo me dará la espalda y seré una marginada social.
Estoy marcada de por vida mamá, y nunca nadie me dará una oportunidad.
- No Eva eso
tampoco.
_ ¿No? Por
favor mamá, no me mientas ni trates de animarme. Hasta papá y tú ya no me
tratáis igual. Antes me llamabas cariño; ahora solo soy… Eva.
Su madre
había querido seguir hablando con ella, pero Eva salió sin decir más nada.
Necesitaba
estar sola y pensar, así que se fue a un parque solitario.
A partir de
ahora la soledad sería su compañera, porque el resto del mundo estaba claro que
no la quería.
Estaba
marcada de por vida.
Tal
vez debería haberse contagiado del sida ella misma, morir como la pobre Nerea o
mejor aún, irse de allí bien lejos, donde nadie la conociera ni supiera nada de
su pasado. Esa podría ser una buena solución.
Estaba
allí sentada en un banco del parque cuando de pronto, inesperadamente, apareció
quien menos ella se esperaba: Don Ricardo. El hombre, en silencio, se sentó en
su mismo banco y la miró.
- Si viene a
insultarme también, será mejor que se vaya, - le dijo ella, - no soy muy buena
compañía.
- No he
venido a insultarte, y ya se las cosas que te llamó mi nieta. He hablado con
ella.
Genial,
-pensó, - ahora como él estaba de acuerdo con ella, echaría más leña al fuego y
la haría sentirse peor aún.
- Has…
debido sentirte muy mal cuando te insultó y te echó de la fiesta, - dijo el
hombre.
- Y me
amenazó; dijo que si volvía a verme me mataría, pero no trate de compadecerse
de mí. Ya sé que usted piensa igual que ella y todos los demás. Es normal.
-
¿Crees que no me dolió que me mintieras? El dinero que gasté en ti no me
importa, lo que me duele es… que obraste muy mal.
- Y seré
tonto pero ahora también me duele ver que te hacen el vacío, que te echan y no
te aceptan.
Ella
suspiró.
- Ya… hasta
mis padres me tratan diferente. No tengo nada que hacer aquí, así que será
mejor que me vaya bien lejos. ¿Y usted que tal con su nieta? – le preguntó.
- Me hizo
mucha ilusión recuperarla, la llevé a casa y le di todos los caprichos y
comodidades. Pero ella no quería nada de eso. No aceptó ni uno de los vestidos
que le compré y dijo que para qué la iba a llevar a Francia. Que ella prefería
estar en la casa de antes, compartiéndola con otros estudiantes y haciendo
experimentos en su laboratorio.
- ¿En serio?
- Si, y
cuando le dije que necesitaba su compañía me llamó viejo chocho y se largó.
- Así que ya
ves que tenemos algo en común; a los dos nos ha llamado… cosas.
- Lo siento.
Él la miró en
silencio durante unos momentos.
- Eva por
favor, no vuelvas a decir que te irás lejos ¿vale? Los días que estuviste
conmigo en casa fueron estupendos. Te he… echado mucho de menos.
- Pensé que
me rechazaría o incluso insultaría.
- No, nunca.
Cuando saliste de la cárcel te puse mala cara por todo lo que hiciste, pero a
pesar de eso… me he acordado mucho de ti. Estás mas delgada.
- La comida
de la cárcel es una mierda, -sonrió tristemente.
- Pues tú
estás preciosa.
- Muchas
gracias Don Ricardo, - trató de sonreír.
Lo cierto es que jamás se hubiera imaginado
que aquel hombre volvería a aparecer en su vida y menos diciéndole esas cosas.
Después del
rechazo de los demás, era reconfortante.
Entonces él
de pronto la abrazó.
- Ven aquí,
creo que este abrazo lo necesitamos los dos. Dime que al menos te encontrabas
bien allí en casa conmigo. Necesito oírtelo decir, necesito saber que no soy
solo un viejo que estorba a todo el mundo.
- Usted no
estorba Don Ricardo, usted es la persona más buena del mundo y el único que me
ha hecho sentirme bien después de todo lo ocurrido. En su casa fui muy feliz,
se lo aseguro…
Y allí,
entre los brazos de aquel hombre noble y generoso, Eva se sintió mejor que en
toda su vida.
Continuará
No hay comentarios:
Publicar un comentario